martes, 3 de diciembre de 2024

Deuda de hambre

Por Valeria Matzkin

La sociedad capitalista, centrada en el consumo, convierte todo en mercancía: el cuerpo, los alimentos, los medicamentos para adelgazar, los gimnasios, los productos dietéticos, las recetas, los tratamientos estéticos. Todo se compra y se vende, ya sea al contado o en cuotas, perpetuando un ciclo de deuda. En este modelo, el cuerpo se mercantiliza y se transforma en un objeto económico: un cuerpo delgado se vende como símbolo de éxito.

La lógica productiva impregna incluso la relación con el propio cuerpo. El sujeto asume la labor de moldearlo en un tiempo breve, maximizando la utilidad de ese esfuerzo, como si de una jornada laboral se tratara. En este marco, el ayuno emerge como una solución inmediata y efectiva: reduce el tiempo de "trabajo" para alcanzar el objetivo de un cuerpo ideal. El cuerpo se convierte en un modelo económico y productivo donde quien más produce, más gana. Pero ¿qué se produce? Se produce rendimiento, éxito, optimización, todo bajo la promesa de libertad que nunca se alcanza.

El aislamiento es el escenario perfecto para este sistema: para restringir, ayunar o evitar el comer, el sujeto debe alejarse de lo social. Un juez interno, implacable, lo vigila, lo amenaza y lo somete. Este poder, disfrazado de libertad, está profundamente incrustado en su ser, generando un ciclo de obediencia sin límites ni barreras.

En la sociedad del rendimiento, desaparece la lucha de clases; el sujeto es a la vez amo y esclavo de sí mismo, explotándose voluntariamente en una búsqueda incesante de perfección. Sin cuestionar esta lógica, las personas internalizan la norma de la autoexigencia, donde el esfuerzo personal es la medida de todas las cosas. Sin embargo, esta autoexplotación conduce inevitablemente al agotamiento. La depresión aparece como el síntoma de un sistema que exige siempre más.

La depresión simboliza el choque entre las oportunidades infinitas que promete la sociedad del rendimiento y la incapacidad del sujeto para sostenerlas. El individuo, hastiado de sí mismo, se siente incapaz de continuar peleando con su propio cuerpo. Al final, la guerra no es con el mundo, sino consigo mismo: rendir más, restringir más, evitar más. Paradójicamente, el camino hacia la supuesta libertad lo conduce a un encierro cada vez más profundo.



Bibliografia:
Han, B. C. (2023). La sociedad del cansancio. Herder.

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