domingo, 12 de junio de 2016

Seleccion de poesia

de Olga Orozco

Se descolgó el silencio,
sus atroces membranas desplegadas como las de un murciélago anterior al diluvio,
su canto como el cuervo de la negación.
Tu boca ya no acierta su alimento.
Se te desencajaron las mandíbulas
igual que las mitades de una cápsula inepta para encerrar la almendra del destino.
Tu lengua es el Sahara retraído en penumbra.
Tus ojos no interrogan las vanas ecuaciones de cosas y de rostros.
Dejaron de copiar con lentejuelas amarillas los fugaces modelos de este mundo.
Son apenas dos pozos de opalina hasta el fin donde se ahoga el tiempo.
Tu cuerpo es una rígida armadura sin nadie,
sin más peso que la luz que lo borra y lo amortaja en lágrimas.
Tus uñas desasidas de la inasible salvación
recorren desgarradoramente el reverso impensable,
el cordaje de un éxodo infinito en su acorde final.
Tu piel es una mancha de carbón sofocado que atraviesa la estera de los días.
Tu muerte fue tan sólo un pequeño rumor de mata que se arranca
y después ya no estabas.
Te desertó la tarde;
te arrojó como escoria a la otra orilla,
debajo de una mesa innominada, muda, extrañamente impenetrable,
allí, junto a los desamparados desperdicios,
los torpes inventarios de una casa que rueda hacia el poniente,
que oscila, que se cae,
que se convierte en nube.

De Olga Orozco

A solas con la tierra

.
Para desvanecer este pesado sitio
donde mi sangre encuentra a cada hora una misma extensión,
un idéntico tiempo ensombrecido por lágrimas y duelos,
me basta sólo un paso en esa gran distancia que separa la sombre de los cuerpos,
las cosas de una imagen en la que sólo habita el pensamiento.
.
Oh, duro es traspasar esos dominios de fatigosas hiedras
que se han ido enlazando a la profunda ramazón de loshuesos,
resucitar del polvo el resplandor primero
de todo cuanto fueran recubriendo las distancias mortales,
y encontrarse, de pronto,
en medio de una antigua soledad que prolonga un desvelado mundo en los sentidos.
.
Como tierra abismada bajo la pesadumbre de indolentes mareas,
así me voy sumiendo, corazón hacia adentro,
en lentas invasiones de colores que ondean como telas flotantes entre los grandes vientos,
de voces, ¡tantas voces!, descubriendo, con sus largos oleajes,
países sepultados en el sopor más hondo del olvido,
de perfumes que tienden un halo transparente
alrededor del pálido y secreto respirar de los días,
de estaciones que pasan por mi piel lo mismo que a través de tenues ventanales
donde vagas visiones se inclinan en la brisa como en una dichosa melodía.
.
Mi tiempo no es ahora un recuerdo de gestos marchitos, desasidos,
ni un árido llamado que asciende ásperamente las raídas cortezas
sin encontrar más sitio que su propio destierro entre los ecos,
ni un sueño detenido por pesados sudarios a la orilla de un pecho irrevocable;
es un clamor perdido debajo del quejoso brotar de las raíces,
una edad que podría reconquistar paciente sus edades
por las nudosas vetas que crecen en los árboles remotos,
al correr de los años.
.
Ya nada me rodea.
No. Que nadie se acerque.
Ya nadie me recobra con un nombre que tuve
-una extraña palabra tan invariable y vana-
ahora, cuando a solas con la tierra, en idéntico anhelo,
la luz nos va envolviendo como a yertos amantes cuyos labios
no consigue borrar ni la insaciable tiniebla de la muerte.



Num. 17 de Desde lejos (1946)
De Borges

Nostalgia del presente

En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de la fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.
LOS ESPEJOS
De Borges

Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos

sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.

Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.

Prolonga este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el Hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso nos alarman.

POR Antonio Gamoneda

Amo mi cuerpo; sus vértebras hendidas
por aceros vivientes, sus cartílagos
abrasados, mi corazón ligeramente húmedo
y mis cabellos enloquecidos
en tus manos. Amo también...
mi sangre atravesada por gemidos.

Amo la calcificación y la melancolía
arterial, y la pasión del hígado
hirviendo en el pasado, y las escamas
de mis párpados fríos.
Amo el estambre celular, las heces
blancas al fin, el orificio
de la infelicidad, las médulas
de la tristeza, los anillos
de la vejez y las sustancias
de la tiniebla intestinal. Amo los círculos
grasientos del dolor y las raíces
de los tumores lívidos.
Amo este cuerpo incomprensible
y su miseria clínica.
El olvido
disuelve la materia pensativa
ante los grandes vidrios
de la mentira. Aquí
no van a quedar residuos.
No hay causa en mí. En mí no hay
más que imposibilidad y
un extraño extravío:
ir de la inexistencia a
la inexistencia.
Es
un sueño; un sueño vacío.

POr Mariangeles Taroni
 
Decirlo como se pueda
como salga
como sea
Decirlo de noche
de día
en primavera
Decirlo brotada
decirlo seca.
Decirlo agotada
o a tiempo.
Decir basta
Decir hasta luego
Decir quizás
Decir de acuerdo
Decir te amo
Decir te odio
Decirlo o gritarlo o aullarlo o gemirlo…
Decirlo explotando
hirviendo
latiendo fuerte
la palabra
Decir lo que hiere
y lo que sana
Decir sin sentido
contradiciéndonos, incluso
a nosotros mismos
Decirlo desgarrando
gargantas y oídos.
Siendo truenos, estallidos.
Ser volcán anticipando erupción
Ser crecida de río
agua caudalosa/mueve/piedra
Decir, decir, decir
para sacar
Decir como se vomita
y también decir
como se canta
Decir como se acuna
Decir murmurando
arrullando
Decirlo todo
aun cuando duela
aun derribando
aun destruyendo
Decir, decir, decir
así como rafagueando
oleadas de viento
Decir para que se calme
La palabra que brota adentro
La que se calla
la que se omite
La que se intuye sin ser nombrada
La que huye ante el discurso
La que acecha en los sueños
En los miedos
En lo oscuro
La que vive en estos días
Apabullada de pavadas
Decirla y liberarla
Con huellas de saliva
Solo diciendo
Se aniquila
El poder de la palabra.


Mediodía

de Alejandro Crotto

Bajo el cielo sin nubes, ahí están:
tallarines con salsa de tomates,
un pan quebrado y agua, vino.
Ahí está la harina con el huevo y las manos.
Ahí está el trigo, las uvas que tomaron sol y noche,
y los tomates destruidos, salpicados de queso,
el agua limpia.
Ahí están:
mirá y olé y masticá feliz, devotamente.
19
de Roberto Juarroz
Algunos de nuestros gritos
se detienen junto a nosotros
y nos miran fijamente
como si quisieran consolarnos de ellos mismos.

Algunas palabras que hemos dicho
regresan y se paran a nuestro lado
como si quisieran convencernos
de que llegaron a alguna otra parte.

Algunos de nuestros silencios
toman la forma de una mujer que nos abraza
como si quisieran secarnos
el sudor de las ternuras solitarias.

Algunas de nuestras miradas
retornan para comprobarse en nosotros
o quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como si quisieran demostrarnos
que lo que nos ocurre
es una copia de lo que no nos ocurre.

Hay momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen
en que todo cuanto sale de ella
vuelve como un espejo a confirmarla
en la propia constancia de sus líneas.

Así se va integrando
nuestro pueblo más secreto.

autógrafo

Roberto Juarroz

Es la baba
Por Oliverio Girondo

               

Es la baba.
Su baba.
La efervescente baba.
La baba hedionda,
cáustica;
la negra baba rancia
que babea esta especie babosa de alimañas
por sus rumiantes labios carcomidos,
por sus pupilas de ostra putrefacta,
por sus turbias vejigas empedradas de cálculos,
por sus viejos ombligos de regatón gastado,
por sus jorobas llenas de intereses compuestos,
de acciones usuarias;
la pestilente baba,
la baba doctorada,
que avergüenza la felpa de las bancas con dieta
y otras muelles poltronas no menos escupidas.
La baba tartamuda,
adhesiva,
viscosa,
que impregna las paredes tapizadas de corcho
y contempla el desastre a través del bolsillo.
La baba disolvente.
La agria baba oxidada.
La baba.
¡Sí! Es su baba...
lo que herrumbra las horas,
lo que pervierte el aire,
el papel,
los metales;
lo que infecta el cansancio,
los ojos,
la inocencia,
con sus vermes de asco,
con sus virus de hastío,
de idiotez,
de ceguera,
de mezquindad,
de muerte.
 
INVITACIÓN AL VÓMITO
Por Olivero Girondo 

Cúbrete el rostro
y llora.
Vomita.
¡Sí!
Vomita,
largos trozos de vidrio,
amargos alfileres,
turbios gritos de espanto,
vocablos carcomidos;
sobre este purulento desborde de inocencia,
ante esta nauseabunda iniquidad sin cauce,
y esta castrada y fétida sumisión cultivada
en flatulentos caldos de terror y ayuno.

Cúbrete el rostro
y llora...
pero no te contengas.
Vomita.
¡Sí!
Vomita,
ante esta paranoica estupidez macabra,
sobre este delirante cretinismo estentóreo
y esta senil orgía de egoísmo prostático:
lacios coágulos de asco,
macerada impotencia,
rancios jugos de hastío,
trozos de amarga espera...
horas entrecortadas por relinchos de angustia.